Los Reyes Magos

Conservo los mismos ojos detrás de la ventana.

Las ilusiones mantienen su forma de zapatos

a la espera de unos caramelos,

a pesar de que el invierno pudiera dejarme

algún paquete frío bajo la almohada.

 

Más allá de la sombra de los adornos

se esconden las inquietas sábanas,

la ladera luminosa por donde se aproximan las carrozas,

la canción favorita del niño

y su impaciencia por ver amanecer.

 

Pido una calle, alguna esquina.

No soy tonto.

Es posible que guarden el rencor

de alguna guerra perdida,

pero también el compromiso

de negociar las esperanzas con el mundo de lo posible.

 

Regalar París, un bosque de pasiones

o el ritmo apropiado del corazón

necesitan compartir la realidad de un sueño.

 

No hay ninguna inocencia que perder.

El poder de la imaginación

no garantiza la eliminación de lo injusto.

La propia existencia nos obliga a guardar los ideales

en un cajón secreto

como haría un enamorado con los síntomas de su enfermedad.

 

La antigüedad de las estrellas

no es el problema.

No tener zapatos no significa andar descalzos.

Quieren que dejemos sobre la alfombra

los anhelos de un mundo más solidario.

 

El coche teledirigido y el carrito de pasear a la muñeca,

que no se apilen nuevos mendigos,

que la marea no arrastre más oleaje humano.

Ningún pantalón más largo.

Toca cambiar de Reyes manteniendo la ilusión en los de Oriente.